domingo, 17 de abril de 2016

8- Ernesto Ezquer Zelaya

Ernesto Ezquer Zelaya es un escritor correntino que ha quedado asociado para siempre con el costumbrismo y la literatura regional de las décadas centrales del siglo XX; en las numerosas antologías que una y otra vez rescatan alguno de sus textos se hace hincapié en su relato de la vida del péon de estancia, del mariscador, de las creencias rurales, del ritmo de vida en el campo. Es quizás la mayor expresión correntina de una manera de “hacer literatura”, propia de una época en que las letras provinciales estaban aún en la búsqueda de su propia expresión. Pero junto con ese gesto escritural aparece otro: el de la autofiguración del personaje que él mismo encarna: el Gato Moro, ese mítico patrón de estancia que, aunque pretenda presentarse como un arquetipo del género, lo excede ampliamente.



Ezquer Zelaya nació en 1904 en la ciudad de Corrientes. Pertenecía a una familia de juristas y su destino parecía estar marcado de antemano en esta senda por su padre, Ernesto Enrique Ezquer, presidente de la Suprema Corte de Justicia de Corrientes y autor del Código Rural de la provincia sancionado en 1902. Sin embargo luego de un entredicho con un profesor de las primeras materias de la carrera de abogacía, se vio forzado a dejar la carrera. Su padre entonces lo envió al campo familiar – ubicado entre la ciudad de Ituzaingó y los Esteros del Iberá - a colaborar con su tío Eliseo Ezquer en las tareas rurales, y desde entonces Ezquer Zelaya se estableció en aquel paraje donde fijó su residencia hasta su muerte en 1952.

¿En qué momento va dejando de ser “Ezquer Zelaya” para volverse “el Gato Moro”? Esta es una pregunta que hay que hacerse, porque Ezquer Zelaya construye alrededor suyo un mito de forma consciente y deliberada. No es un patrón de estancia a la vieja usanza, sino un letrado que elige dejar su impronta en la campiña correntina. Y ello se podrá ver bien no sólo en sus libros, sino también en la manera de conducir su estancia “Santa Tecla”. Son tantas las historias que giran alrededor de su figura y su estancia que estas claramente conforman también un retrato literario en el que el mismo Ezquer Zelaya es el personaje principal: hacía que sus gauchos vistieran a la vieja usanza, con cabello largo y canilleras de lona, los hacía marchar armados y en "malón" desafiando a las autoridades, demarcó su campo con carteles que hacían culto a esa cerrazón cultural: "no se conchaban gringos"  y "Aquí vive Ernesto Ezquer Zelaya, al que no le guste que se vaya" decían los más conocidos; se paseaba con un cuchillo que tenía grabada la frase "viva la muerte" y un revólver que rezaba "este es el remedio que cura todo mal"; en todo este contexto no es casual que Ernesto Ezquer Zelaya haya adoptado para sí el seudónimo de Gato Moro, nombre con que se conoció a dos bandoleros rurales correntinos del siglo XIX. Pero más allá de la figura tradicional y vuelta al pasado que Ezquer Zelaya quería transmitir, subyacían en él su formación y deseo de conducir la estancia según una nueva lógica; por ello en la misma funcionaba una escuela para sus peones, una pulpería, una capilla, una importante provista de medicamentos, y publicaba además periódicamente en guaraní y castellano el diario Vincha, donde trataba de inculcarles a los suyos consejos, valores nacionalistas y del vivir  correctamente. 

La obra literaria de  Ernesto Ezquer Zelaya editada se resume a seis libros, publicados en un lapso de ocho años: Sucedió (1938), Poncho celeste, vincha punzó (1940), Puñado yohá (1941),  Payé (1943), Cartas correntinas (1944) y Corrientes ñú (1946). Ello le basta para ser el precursor de toda una generación de escritores costumbristas, que toman su camino señero para fundar una manera de narrar lo correntino. La mayoría de sus libros recopilan historias del campo correntino, costumbres, viejas rivalidades partidarias, experiencias en ese lugar móvil que son los Esteros del Iberá, formas de presentar la cultura local. Pero en dos de ellos intenta además atravesar estas narraciones por un hilo conductor que le den forma de novelas: Poncho celeste, vincha punzó es el primero de estos intentos, y luego será en Payé donde repetirá la fórmula, acaso con menos éxito.


Poncho celeste, vincha punzó fue publicada en 1940 y ese mismo año obtuvo el premio de la Comisión Nacional de Cultura dedicado a las obras de literatura regional. La clave de esta novela es la enemistad entre los dos partidos políticos provinciales que dominaron la escena por más de un siglo: autonomistas y liberales o, por sus colores, colorados y celestes. A lo largo de la obra que tiene por personaje central a Faustino Caballero, hijo de un estanciero liberal que "deserta" de la militancia partidaria para presentarse como independiente, una persona que repudia lo que ambos colores han hecho en los hombres. En un momento consultado por su fiel capataz se explica:

"Mirá, Ciriaco; la política fue una de las cosas que más perjudicó a mi padre. Él era bueno y generoso, siempre dio dinero y anduvo molestándose para que Fulano o Mengano, unos doctores de la ciudad, a los que ni siquiera conocía, fueran diputados o gobernadores. ¿Qué sacó con eso? ¿Qué sacamos nosotros los hombres de trabajo? ¿Acaso ellos se preocupan de otra cosa que no sea cobrarnos impuestos y hacernos votar como ovejas, en montón y arreados? Vos sos liberal hace una punta de años, pero lo mismo tenés que pelarte el traste enlazando y pialando a los sesenta igual que a los veinte. ¿Qué hizo por vos tu partido? ¿Te dio trabajo? ¿Te enseñó algo?... Y los políticos por los que votaste buenos pesos se habrán embolsado mientras."

Pero lo que caracteriza a los habitantes de Corrientes es que, según propias palabras del autor, "se nace liberal como se nace autonomista", y ello impedirá que a pesar de sus renunciamiento a Faustino Caballero lo desliguen del color que vistió su padre. En el contexto de la novela es el autonomismo quien está en el poder, y con ello las autoridades locales (sobre todo la de la policía) coparán la escena. Por momentos el clima de la novela recuerda a Amalia de José Marmol, con la que el autor evidentemente traza una relación dialéctica. La trama se centrará en la imposible relación de amor entre Faustino e Isabel Miranda, la hija del comisario, de clara filiación colorada. Los enfrentamientos, la relación a escondidas, las venganzas, todo queda hilvanado y se va acentuando con la cercanía de las elecciones. Faustino e Isabel pueden trascender las diferencias políticas porque ambos han sido educados en la ciudad y, a diferencia de sus familiares y conocidos, pueden superar la irracionalidad a la que son empujados el resto de los pobladores. La novela así va trazando un panorama del campo correntino y sus tensiones y, aunque encabalgada entre las tradiciones del naturalismo y el romanticismo, finalmente la novela no se resuelve de la manera que esos géneros exigirían sino como se hacen las cosas en el Corrientes de su época: Faustino se "roba" a su amada y se la lleva a Itatí para desposarla.

 


Tres años después de esta novela se publica Payé, su segunda novela, donde son dos mariscadores quienes toman el centro de la escena. Melitón Barrios y Chico Goday van entretejiendo una historia de caza en los Esteros del Iberá, en la cual se ven grandemente favorecidos por el "pacto" que Chico hiciera con el Pombero. Pero ese pacto que tanto bienestar económico le causara, tendrá como correlato un alto precio: la fidelidad al Pombero impide que Chico Goday pueda tomar pareja. Y, como es de esperarse, el joven quedará prendado de Catalina, una joven sirvienta de Ituzaingó. Alrededor de esta historia se entrecruzan diferentes "sucedidos" que, así como en Poncho celeste, vincha punzó ponían de relieve el carácter político-partidario de toda sociedad correntina, aquí revelan la profunda raigambre mítica y supersticiosa de los pobladores del interior. Por ello es el Indio Cali, el padre de Chico Goday, quien sobresale por encima de todos como eje espiritual en la novela:

"- Oiga, don Calí: yo estoy de novia, ya sabe con quién, y si no es lo mismo. He descubierto que él me engaña. Casi todas las noches una mujer ¡una perdida! - y la voz de la novia tembló próxima al llanto - lo visitaba a él en su misma casa. Quiero que usted le haga quebrar...
- Pero es que yo no sé - murmuró solapadamente el indio -. ¿Qué pa voy a hacer che hija?
- ¡Oh! - se fastidiaba la joven -. ¡Déjese de zonceras! Demasiado yo lo conozco. ¿Acaso usted no hizo volver con la novia a Ruda?
- Eso nicó son la gente que ´ice nomás las cosas - se defendía hipócritamente Calí.
- Bueno.Vea ¡Le voy a dar cincuenta pesos para que sepa! - habló violentamente la muchacha.
Los ojos del hombre chispearon de codicia, dejó el mate y poniéndose de pie, se acercó a la visitante diciéndole en voz baja:
-Güeno. Mirá. Comprá sal y un momento antes de ir la mujer en casa ´e tu novio, redamá en jorma de cruz n´el suelo por donde ella tiene que pasar. Con eso ya es suficiente para qu´ella se argele. Mañana vení, te voy a tener preparao una jlor con polvo ´e verbena; con eso sí que tu novio sólo por vos va penar."

Así, los personajes de Ezquer Zelaya se van configurando en sus diálogos y sus acciones, y una serie de hechos en los que se roza el fantástico - sin que el autor tome deliberadamente esa vía - configuran la cosmovisión de los paisanos correntinos.



 Ernesto Ezquer Zelaya enfermó prematuramente y murió a los 47 años en 1952. Mucho de lo que venía elaborando quedó trunco, como su inédito libro Yopará, pero la singularidad de su figura y lo fundacional de su pluma han marcado un derrotero que aún hoy influye en gran parte de los escritores correntinos, por lo que sin duda es el principal escritor correntino de los años ´40 y, junto a Velmiro Ayala Gauna, una de las dos mayores figuras del costumbrismo en la provincia.