miércoles, 9 de marzo de 2016

4- Cristina Iglesia

Cristina Iglesia es - al igual que Francisco Madariaga - una correntina nacida en Buenos Aires. En su caso fue por razones médicas que sus padres decidieron que naciera en Capital Federal, pero su infancia, niñez y juventud hasta los 23 años fue enteramente correntina. Su familia vivió siempre en una casa cerca del río, donde su padre ejercía la mitad de su profesión de médico, en un consultorio junto a la casa. La otra mitad de su trabajo era dirigir el leprosario de Isla del Cerrito, por lo que el río nuevamente se le atravesaba a Cristina cada fin de semana de su infancia, cuando iban a la casa que tenían en la isla. Y seguiría atravesándolo una y otra vez toda su juventud para estudiar Letras en Resistencia.

El otro gran paisaje de su vida correntina es el campo de su familia en Mercedes; esta experiencia de campo, la manera cambiante de percibir las cosas, se filtrará en su mirada como crítica y como narradora. Ella misma sostiene en un texto que:

El campo enseña a entender la ciudad y no al revés. Una persona de campo puede sentirse extraña al llegar por primera vez a una ciudad, pero al poco tiempo comienza a ver que el campo está entre las paredes o entre los resquicios de las calles asfaltadas. El campo renace en cualquier balcón o en cualquier terraza, en los helechos que brotan de los ladrillos húmedos, en algún momento de la mañana o de la tarde en que pueda sentirse el olor a tierra después de la lluvia. En cambio, una persona de la ciudad no reconoce en el campo nada de lo que recuerda, todo parece pertenecer a otra dimensión del mundo, no hay nada en lo que pueda encontrar reparo. Es por eso que la gente de la ciudad suele sentir una opresión extraña en esa inmensidad, algo así como un muro invisible que se levanta y crece hasta dejarla sin respiración. Las cosas son así: no hay nada en el campo que pueda consolar a la gente de la ciudad, todo parece pertenecer a una vida anterior que no conoce y no conocerá jamás.
("Arabescos", en Justo entonces)

Después de egresar de la Universidad, Iglesia partirá hacia Buenos Aires en 1967 e iniciará su carrera como investigadora y crítica, especializándose fundamentalmente en la literatura argentina del siglo XIX, temática sobre la cual será titular en la Universidad de Buenos Aires. Como investigadora, vivirá y dictará clases en varias ciudades del mundo (París, Río, San Pablo, Nueva York, Nueva Orleans, etc.), y publicará en colaboración e individualmente varios libros, entre ellos Cautivas y misioneros, mitos blancos de la conquista (1987), Islas de la memoria. Sobre la autobiografía de Victoria Ocampo (1996) y La violencia del azar. Ensayos sobre literatura argentina (2003).

Pero - por suerte para nosotros - su labor intelectual no se agotará únicamente en la crítica, sino que en 2010 reunirá varios de sus textos para publicar lo que será su primer libro de "ficción"; este se llamará simplemente Corrientes.  

Es tentador leer Corrientes como un libro autobiográfico. El género autobiográfico en Corrientes muchas veces está resumido a evocaciones de la infancia, pero en otros casos - como en Pisarello o Iglesia - no: lo autobiográfico de inscribe dentro de otra escritura, y en Cristina Iglesia en particular de cierta tensión entre lo ficcional y lo real. Algunos de los textos como “Mirar el campo”, “siesta con lluvia”, “el ausente” y “helada de verano” recalan en la infancia de la narradora; en la época en que la casa materna y la familia lo abarcan todo. “Mirar el campo” es la descripción de un estado casi de espectador, sentada en el frente de la casona mirando pasar a los peones, sobre todo a tres hermanos mudos; “siesta con lluvia” describe los delicados sistemas planetarios de sus padres, su aparente independencia y su concurrencia los días con lluvia. “El ausente” es el del abuelo que no está y con el que se construye una relación de necesidad desde la falta, y “helada de verano” es la muerte más cercana, la que genera una ausencia que sólo puede disimularse con la rutina.


Cristina Iglesia en Isla del Cerrito (foto de su blog personal)



Algunos de los textos son cuentos casi autónomos, con ciertos elementos que rozan el fantástico: una mujer que hace arrastrar a los peones su tilbury, una chica que tras su iniciación sexual sangra una cantidad indisimulable ante las personas que se le atraviesan de vuelta a casa, o un pueblo campesino en el que hay un baile de gauchos homosexuales; otros reflexionan sobre tensiones y dificultades de la militancia ("Tanteos", "Ranelagh" o "Forasteras"). En "Del lado de acá" se relata una experiencia excepcional de la entonces joven estudiante: el encuentro con Rodolfo Walsh quien llega a su casa buscando a su padre para escribir una nota sobre el leprosario.  Y en "un poco de voluntad" Iglesia hace algo así como una confesio sobre sus torpezas y su única fortaleza, la escritura:

Estar en desventaja es una sensación antigua y ser torpe también, pero me las arreglé para que ambas no se me vinieran nunca encima las dos juntas. Ahora, creo que me alcanzaron al mismo tiempo, una por el lado izquierdo y la otra por el lado derecho y entonces no me queda más remedio que escribir para siempre. No importa cuán horrible sea lo que escribo porque es la única cosa que me tranquiliza: saber que puedo manejar un lápiz, una birome y arrastrarla por la hoja en blanco, tenerla aferrada, no soltarla. Escribir, para mí, es demostrarme que puedo mantener algo delicado entre los dedos sin dejarlo caer. Sé que será una pequeña novela por entregas. Se, también, a quién se la enviaré. Por correo, esa persona recibirá, cada semana, un capítulo sin firma. Sólo tengo que levantarme del sofá.

("Un poco de voluntad", en Corrientes)

En 2014 Cristina Iglesia publica Justo entonces, otro libro de relatos marcados por una escritura profundamente femenina. En este libro ya no es el paisaje de la infancia el que predomina, sino las ciudades del mundo en que los que narradora halla siempre un café desde donde observar y escribir. Pero Corrientes siempre se cuela: en el chamamé de la radio del colectivo, en el estudiante hijo de un saladeño en París, en Salvador de Bahía: 

Esa tarde, en Salvador, mientras miraba alternativamente un guayabo enorme cuyas hojas se mecían de revés sobre su cabeza y el agua del mar que se metía entre las piedras enormes y agujereadas, tuvo, de golpe, una revelación: pudo darle nombre a algo que siempre había sospechado: las tías (esas dos mujeres a las que llamaba en plural "las tías") eran, cómo decirlo, abrasileradas. Tuvo, en una sola imagen abarrotada, la casa con galerías de palmeras, los patios con mamones, guayabas y granadas, la cocina espaciosa con cocadas, pasteles, pastelitos, pastelones, la famosa mezcla de dulce y de salado, vio el modo particular que ellas tenían de unir olores y colores (lo hacían sin exagerar porque nunca perdieron cierto gesto adusto o de timidez profunda) recordó los tonos radiantes que se amontonaban en los cofres donde guardaban lo que llamaban sus chafalonías: los collares, los aros, los prendedores, que reproducían gardenias u otros tipos de pétalos variados...

("Mingau de Carimá", en Justo entonces)



Hay cierta ajenidad que recorre la obra de Cristina Iglesia; casi siempre la narradora parece estar "fuera de lugar": citadina en el campo, sana en una isla de leprosos, comunista en una ciudad conservadora, extranjera de todos lados. Incluso en uno de los textos con mayor fuerza del libro, "Andando", narra la marcha a Ezeiza a recibir a Perón de una militante no peronista, pero que se ve arrastrada por las emociones de los miles que hacia allá se dirigen y luego en el desconcierto de balas y huidas que los disgrega.

Los libros de Iglesia se leen de un largo tirón o de a pequeños momentos; pero siempre se releen, se vuelve a ellos hurgando en esa manera tan personal que tiene de transformar la tormenta y la lluvia en combustible para su narrativa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario