lunes, 17 de octubre de 2016

12- Julián Zini


Si hay un lugar de la tierra en el que la poesía se empeña en volver una y otra vez a su primigenia relación con la música, es Corrientes. Esa poesía que cuenta, describe, denuncia, nos hermana con los aedos homéricos, con los lejanos cantores-improvisadores que no buscaban el verso exacto, el detalle preciso en la memoria, sino que recreaban las historias cantadas cada vez que la ponían en verso, reteniendo lo esencial del mensaje y cumpliendo una función ritual y social a la vez. Allí es donde viene a insertarse Julián Zini, introduciéndose en ese espacio ancestral, y por ello no es sólo pa´i en el sentido que ha tomado este vocablo en el guaraní moderno (el de “sacerdote”), sino que es también karai en el sentido en el que se refiere Helene Clastres en La tierra sin mal: un portador nómade de la palabra sagrada, que va de pueblo en pueblo llevando las ñe´e porâ, las bellas palabras que sólo él puede transmitir. Pa´i Zini es nuestro karai viajero, el que lleva el canto como un aedo y que es recibido en cada lugar que quiere escuchar su mensaje. Por eso este poeta correntino se ubica en los confines de la separación de la poesía y el folclore.



Julián Gerónimo Zini Gallardo nació en Paraje El Centinela, Ituzaingó, en el 29 de septiembre de 1939. De chico su vida transcurrió “orillando el Miriñay”, en el departamento de Monte Caseros, y de allí marchó a Corrientes y La Plata para seguir sus estudios teológicos y ordenarse sacerdote en 1963. Radicado luego en Mercedes – donde ejercía su labor pastoral –, Julián Zini se acercó durante la década del `70 al Joaquín “el Gringo” Sheridan y Julio Cáceres, quienes formaban un grupo que acabaría siendo Los de Imaguaré. Las canciones que nacieron de la confluencia con Cáceres, con Sheridan, Tito Gómez, Romero Maciel, Mario Bofill se sostienen por su propio peso, adquiriendo algunas de ellas el carácter de himnos chamameceros; por ejemplo Compadre qué tiene el vino, o Avío del alma, o La cruz de la pobreza.

Simultáneamente a estas dos actividades, la de la música y la religión, Zini realizó una profunda investigación sobre la cultura popular de la región guaranítica y de la provincia de Corrientes, que lo llevó a conocer en profundidad la obra de Antonio Sepp y del sacerdote jesuita Guillermo Furlong entre otros, y a valorar las manifestaciones de la religiosidad popular – como la de la Cruz Gil y otros santos y venerables de la gente de la región – y adoptar una actitud de apertura hacia estos cultos. Fruto de esa intensa labor nacen innumerables libros escritos en soledad o en colaboración, como ser Ñande Roga Mercedes Corrientes (1991)Camino al chamamé (1994), La Pura y Limpia Mamá Ama de Itatí, Nuestro canto (2000), El árbol de nuestra identidad (2000), Avío del alma (2006), Memoria de la sangre (2006 y 2008) y Chamamé un modo de ser (2007). Posteriormente Zini será destinado como Vicario episcopal para la Cultura en el Obispado de Goya, y formará su propio conjunto Néike Chamigo con el que sigue actuando.


  



La obra de Zini goza de una circularidad propia de quien sabe cuáles han de ser sus caminos por recorrer: la identidad correntina, el chamamé, la religiosidad católica y popular, el éxodo rural. Por ello en cualquiera de sus libros puede uno internarse indistintamente en estos tópicos; la suya - una obra fundamentalmente ensayística y poética - es una obra vital y enraizada en estos pilares, que son los que forman "el árbol de nuestra identidad" según su propio decir. Por ello esta vez en lugar de salpicar aquí y allá de diferentes libros, nos centraremos en uno solo que a la vez habla por todos: Nuestro canto.

 


El libro Nuestro canto, prologado por Bernardo Ranalletti, está estructurado en cinco secciones, cuatro de ellas con ocho poesías cada una y la última con un largo poema de 36 estrofas que hace un resumen y cierre de todo lo antes expuesto. Muchos de los poemas que en el libro aparecen son ampliamente conocidos por formar parte de los recitados  que realiza Zini con su conjunto, o por formar parte del repertorio de grupos como Los de Imaguaré e Integración, entre otros tantos grupos. Estructuralmente hablando, hay una predominancia entre sus poemas del endecasílabo, verso de largo aliento que aparece muchas veces junto a otras formas de la poesía en lengua española. La rima es asonante, con la característica particular de que los versos impares suelen ser de acentuación grave y los pares de acentuación aguda; esto cumple dos funciones: la primera es la de dar más  fuerza al remate de la estrofa, la segunda la de facilitar el cierre con vocablos en guaraní, donde predomina dicha acentuación:

Yaguarón, rostro amable de la Tierra,
la provincia de Vera y allí mi Taragüi;
Juan Torres, el Tupi, Fray Luis Bolaños,
Y esa Cruz que alumbró el arazatí.
(…)
Con más de cuatro ejércitos anduve
repartido en mis ganas de servir;
y fui primera lanza en esa guerra
que enlutará mi suelo guaraní.

Aún me cuesta entender tan mucha muerte
y no me cicatriza todo el dolor aquel;
quisiera saber bien quiénes me usaron,
quién inventó esa guerra y para qué.
(Memoria de la sangre)

Hay que aclarar por supuesto que todo el uso de recursos estilísticos en la obra de Zini está orientado no al embellecimiento puro y raso de la palabra poética, sino que  subordina la construcción estilística al proyecto político-cultural que lo acompaña; la poesía en Zini busca ser ese enlace entre el pasado y el presente con miras a una construcción superadora, y por ello es que a la hora de analizar su poesía debemos recurrir a dos tradiciones organizadoras del discurso oral, ampliamente imbricadas: la de la retórica y la de la homilía.

 


La tradición de la retórica nos adentra en el mundo griego clásico, donde era fundamental tener un manejo profundo del arte de convencer por medio de la palabra para lograr el voto a favor de los conciudadanos. El ágora, asamblea en plaza pública, era una de las instituciones principales de los griegos, y allí los hombres importantes tomaban la palabra uno por vez para pronunciar su agón, en donde exponían su posición, que luego era sometida a voto. En textos que se remontan a la antigüedad preclásica ya aparece esta modalidad, como en los del antes nombrado Homero. En su Ilíada vemos continuamente a Agamenón, Néstor, Aquiles y Odiseo debatir en la asamblea sobre cómo seguir llevando adelante la guerra contra Troya. De los griegos esta tradición de la retórica pasará a los romanos, donde será utilizada en sus tribunales y como recurso adscripto al derecho, por lo que abundarán los maestros en este arte del buen decir, el principal de ellos Quintiliano. Finalmente en la tradición medieval se irán estableciendo unos preceptos a partir de los cuales se organizará el discurso oratorio.

Lo central en la retórica es lograr la persuasión del auditorio; ello se logra apelando a diferentes recursos de estilo que organizan el discurso, siendo los elementos estructuradores más universalizados los siguientes:

    1-    Exordio. Es la primera parte del discurso, y “tiene por objeto preparar el ánimo de los oyentes para que presten su atención y benevolencia”:

Con permiso, que traigo mis amigos
florecida en un canto mi verdad;
esta hermosa y doliente verdad del alma mía
que hace tiempo les debo, y aquí está.
(Memoria de la sangre)

     2-    Narración. Es donde se exponen y narran los hechos de los cuáles se propone hablar el orador. Aquí enumera, describe, relata; ya se ha ganado a su público que lo escucha atento:

Primero nos podaron el idioma,
porque éramos indiada
y hablar el guaraní fue y es pecado,
porque es cosa de menchos, guarangada.

Después vino la Moda, y procuraron
quitarnos esta traza;
esta forma de andar de antigua hombría,
que tenemos de bota o de alpargata.
                        (Nuestro canto)

    3-    Argumentación. Aquí es donde el orador presenta pruebas, refuta lo que otras sostenían en contra suyo y confirma lo que él ha venido afirmando a lo largo de su discurso:

Pero que no se equivoque
en su avance triunfalista,
puede estar globalizado
y tener toda la guita,
pero que vaya sabiendo
que San Martín es Consigna
y hay Cabrales y Andresitos
que han de jugarse la vida.
                        (Malvineros)

    4-    Peroración. “Es la última parte del discurso, y su objeto es reforzar las impresiones producidas y presentar las cosas desde el punto de vista más favorable, ya recapitulando las principales razones, ya moviendo definitivamente los afectos”:

Hay que volver a ser Latinoamericano
y hay que tratar de ser Universal,
pero en base a seguir siendo Argentino
¡ese hombre nacido y crecido en la patria del pan!
                                   (Provinciano desterrado)

La homilía es un género propio de la exégesis bíblica, por medio del cual el sacerdote se dirige a los fieles de manera tal que pueda hacer entendible, iluminar la comprensión de la lectura bíblica, es un puente entre el texto sagrado y la vida cotidiana. Y, sobre todo, una actualización al presente de dicho texto, una propuesta de aplicación a la cotidianeidad de la vida de los fieles. Comprender la palabra sagrada, aplicarla a la vida cotidiana y servir como elemento de cohesión de la comunidad. Todo ello hace Julián Zini en sus poesías, hay un principio pedagógico que les da un orden y un fin, y esto sobre todo es evidente en Padre Dios, bendícele a mi pueblo chamamecero, resumen por un lado de las creaciones de Dios (tierra-agua-fuego-viento y todo lo de ello derivado), y por otro las formas de expresión y aprehensión del pueblo (ojos-boca-oídos-pies-pensamiento) con un cierre y bendición final. De manera un poco más secularizada, el esquema se repite en Memoria de la sangre, donde Zini pasa revista del ser correntino, y compendia historia, sentimiento, tradición, todo aquello que podríamos resumir con la palabra identidad.



El poema Padre Dios, bendícele a mi pueblo chamamecero del que hablara más arriba es un manifiesto; este es un dato no menor, porque el poemario Nuestro canto se abre y cierra con manifiestos, otro género central para la configuración poético-cultural de la obra de Julián Zini. El manifiesto es un género que en lo político suele ser una puesta en claro de objetivos y finalidades de un determinado grupo, y en lo estético suele ser una declaración de estilo, de propuesta artística. Hay en los dos manifiestos de este libro más de lo primero que de lo segundo; por supuesto que no hay que olvidar que el primero de ellos, Convicción chamamecera, fue escrito en 1985 – en colaboración con Julio Cáceres y Román Vallejos – para la apertura de la Fiesta del Chamamé. En él Julián Zini revela, pone en evidencia todo lo que hay de intangible en el correntino; a la pobreza material le contrapone la riqueza cultural-espiritual:

Si entendemos la cultura
como la totalidad del esfuerzo
que emprende el hombre
para realizarse
en su relación con la naturaleza
con su semejante y con Dios,
podemos afirmar
que somos un pueblo culto
(Manifiesto convicción chamamecera)

Al igual que en la obra de Marily Morales Segovia, el pasado reciente está presente en la de Julián Zini, cobrando particular relevancia la guerra de Malvinas, que tanto duele al pueblo correntino. Zini escribió junto a Mario Bofill la canción Los Ramones, donde condensa en un puñado de nombres propios la vida de tantos “que dejaron sus huesos en Malvina y Soledad”:

Por todos nuestros Ramones, por su maestra de campo
por tantas y tantas madres de este largo dolor patrio.
Soñando su viejo sueño, mi corazón estafado
sigue gritando ¡presente! ¡viva la patria, carajo!
                        (Los Ramones)
           
En el poemario Nuestro canto hay un largo poema, Malvineros, donde vuelve a tocar la cuestión pero sin quedarse solamente en la reivindicación y la memoria, sino apelando también al duro presente de los excombatientes, y llamando a la solidaridad y organización de los mismo, para hacer frente a las penurias y reclamar lo que les corresponde. De nuevo vemos el poema en su función conativa, llamando a la acción a sus destinatarios principales y a todo el pueblo por extensión.



La sección más puramente “poética” del poemario quizás sea la III, que agrupa un conjunto de poesías que tiene por destinatarios a grandes chamameceros: Ernesto Montiel, Isaco Abitbol, Cambá Castillo, Antonio Niz, Quique Sorribes y un par de poemas que pretenden hablar de todos los músicos, conocidos o no. Por ser nomás guitarrero es de ellos el más logrado, en tanto encierra en un puñado de versos el destino casi universal del guitarrero; el comienzo exitoso, el sueño de fama y renombre, la soledad de la elección de la música antes que la pareja, el olvido y la muerte, que no le caen al músico de la nada, pues

Un poco habrá sido el vino
que suele ser traicionero
y otro poco su destino
de ser nomás guitarrero
                                   (Por ser nomás guitarrero)

sábado, 1 de octubre de 2016

Karai Octubre

Arrugado sobre el monte Karai Octubre llueve



En el mes que más aprieta el hambre, porque las reservas del recién terminado invierno están escaseando y aún no han madurado los frutos del monte, él aparece. Con su sombrero piri desflechado, su látigo de ysypo, la arrogancia de saberse de saberse dueño de los destinos de los hombres del campo, recorre los surcos y observa los sembradíos. Revisa los brotes fuertes de los plantíos, encaminados a una futura cosecha próspera. Luego entra en las cocinas y mira la olla que le espera: es abundante el maíz y el poroto. Todo en esta chacra está en orden: “no es buen lugar para vivir”, piensa karai Octubre a medida que sale decepcionado. Encima, le esperan en el patio el aterrador aroma del mbokaja y el mencho, con la guacha de cuero, gritando al aire ¡Cháke karai Octubre, terejo mombyry! Y allí nomás acelera el paso y sale disparado: no habrá manera de evitar la abundancia en esta tierra tan bien labrada.

Pero siempre hay alguno que le esquivó al esfuerzo, que no hundió el arado lo suficiente o anduvo por surco únicamente cuando repleto de caña volvía a casa. Ese es el casero que busca un inquilino como Karai Octubre. Se instala cómodamente y se encarga de "premiar" la fiaca del campesino, castigándolo todo el año y manejando su látigo para alejar o juntar las nubes haciendo que sus sembradíos se sequen del todo o mueran ahogados. Cuando el paisano se da cuenta del huésped que tiene en casa, ya es tarde: no hay karaku jopara que lo satisfaga ahora, porque ya descargó la miseria que trae a cuestas para quedarse largo y tendido. Habrá que pasar como se pueda ese verano, ver a los demás levantar el grano que a él le ha de faltar, y cuando llegue la época de sembrar, partir la espalda en el surco, pero esta vez con la mano en la azada y no en la caña, trabajar con el látigo de Karai Octubre sonando sobre sus carnes, y aguantar el duro invierno, hasta que en el próximo Octubre vea este viejo que él va tener una cosecha abundante; entonces junte sus cosas y se marche a otro lugar, donde algún haragán le haga de hotel para el próximo año.

Esta leyenda que abunda aún en nuestra tierra, puede conocer al menos tres fuentes, sin poder adjudicarle a ninguna la exclusividad de su creación. La primera, de índole puramente guarani, tiene que ver con las costumbres agrarias de los primeros dueños de estas tierras. En el tekoha guarani la tierra era de todos, pero en ella cada uno cultivaba su parcela, de la que era único responsable. Y si bien no había nadie que “juzgara” una mala cosecha, el trabajo de la tierra era importante por su función social. Por ejemplo, cuando un guarani quería casarse, una de las primeras cosas que observaba su futuro suegro era el empeño en que ponía éste por trabajar la tierra, para ver si estaba en condiciones de mantener a su hija y futuros nietos en buenas condiciones (no se enojen los suegros por esta comparación con el Karai Octubre, pero más de uno ha corrido al yerno con el látigo por haragán).

La segunda es de origen colonial. Llegado el europeo a América,  los guarani se encontraron con que de golpe ya no eran dueños de las tierras, pues no tenían “cédulas ni documentos” que probaran su propiedad, y se vieron obligados (por voluntad o coerción) a someterse a los regímenes de encomienda, de mita o de yaconazgo, que eran todas formas veladas de esclavismo. Entonces el látigo del mal cultivo aparece sobre los lomos de los ava, que hasta entonces no habían conocido patrón. A mejor cultivo, menor castigo físico, y al que no lograba producir suficiente, más se exigía al siguiente año pues quedaba “endeudado” con el encomendero.

La tercera de las posibles fuentes tiene que ver con la presencia de los jesuitas. Estos se instalan en una larga franja que hace de tapón a los avances de españoles y portugueses, y les ofrecen una posibilidad de una mejor vida a los guarani, al “pequeño precio” de abandonar sus costumbres milenarias: los vuelven - entre otras cosas - monoteístas, monogámicos y sedentarios. Para alivianar el aculturamiento, copian y adaptan algunas de las prácticas de los ava, como ser el régimen agrícola, aunque ahora además de mantener cada uno su parcela, debe mantener la parcela común, que es decir la de Dios, que es decir la de los padres. Los jesuitas fueron expertos en adaptar las creencias de los guarani para aggiornarlas con las cristianas, y así traducir conceptos inexistentes en esta cultura como Dios y Diablo, Cielo e Infierno, Pecado y Vida Eterna, etcétera; además de que por esa época era muy común explicar la palabra de Dios por medio de una fábula, por lo que la historia de este viejo miserable que castiga al que no trabaja lo suficiente no está muy lejos del formato de estos exempla medievales con que los sacerdotes ejemplificaban la palabra divina. No vamos a descubrir nosotros lo efectivo que puede ser inducir los actos del otro por el miedo al pecado y el castigo divino; pero además de ello debemos considerar que para el guarani rebelde no había selva y vida en paz, sino encomienda de un lado y esclavismo del otro: el látigo del Karai Octubre español o el del Karai Octubre portugués.

Hoy esta costumbre es parte indivisible de la cultura de la región: es casi una fiesta comer jopara cuando hay abundancia, y casi un imposible cuando el bolsillo escasea. Por eso Karai Octubre anda a sus anchas: sabe que aunque los primeros días de su mes pueda abundar la comida, en seguida la miseria acechará sobre todos. Este hijo mestizo, uno más en nuestra tierra, anda acechando. Así que a preparar la comilona, y recibirlo como más odia.