sábado, 1 de octubre de 2016

Karai Octubre

Arrugado sobre el monte Karai Octubre llueve



En el mes que más aprieta el hambre, porque las reservas del recién terminado invierno están escaseando y aún no han madurado los frutos del monte, él aparece. Con su sombrero piri desflechado, su látigo de ysypo, la arrogancia de saberse de saberse dueño de los destinos de los hombres del campo, recorre los surcos y observa los sembradíos. Revisa los brotes fuertes de los plantíos, encaminados a una futura cosecha próspera. Luego entra en las cocinas y mira la olla que le espera: es abundante el maíz y el poroto. Todo en esta chacra está en orden: “no es buen lugar para vivir”, piensa karai Octubre a medida que sale decepcionado. Encima, le esperan en el patio el aterrador aroma del mbokaja y el mencho, con la guacha de cuero, gritando al aire ¡Cháke karai Octubre, terejo mombyry! Y allí nomás acelera el paso y sale disparado: no habrá manera de evitar la abundancia en esta tierra tan bien labrada.

Pero siempre hay alguno que le esquivó al esfuerzo, que no hundió el arado lo suficiente o anduvo por surco únicamente cuando repleto de caña volvía a casa. Ese es el casero que busca un inquilino como Karai Octubre. Se instala cómodamente y se encarga de "premiar" la fiaca del campesino, castigándolo todo el año y manejando su látigo para alejar o juntar las nubes haciendo que sus sembradíos se sequen del todo o mueran ahogados. Cuando el paisano se da cuenta del huésped que tiene en casa, ya es tarde: no hay karaku jopara que lo satisfaga ahora, porque ya descargó la miseria que trae a cuestas para quedarse largo y tendido. Habrá que pasar como se pueda ese verano, ver a los demás levantar el grano que a él le ha de faltar, y cuando llegue la época de sembrar, partir la espalda en el surco, pero esta vez con la mano en la azada y no en la caña, trabajar con el látigo de Karai Octubre sonando sobre sus carnes, y aguantar el duro invierno, hasta que en el próximo Octubre vea este viejo que él va tener una cosecha abundante; entonces junte sus cosas y se marche a otro lugar, donde algún haragán le haga de hotel para el próximo año.

Esta leyenda que abunda aún en nuestra tierra, puede conocer al menos tres fuentes, sin poder adjudicarle a ninguna la exclusividad de su creación. La primera, de índole puramente guarani, tiene que ver con las costumbres agrarias de los primeros dueños de estas tierras. En el tekoha guarani la tierra era de todos, pero en ella cada uno cultivaba su parcela, de la que era único responsable. Y si bien no había nadie que “juzgara” una mala cosecha, el trabajo de la tierra era importante por su función social. Por ejemplo, cuando un guarani quería casarse, una de las primeras cosas que observaba su futuro suegro era el empeño en que ponía éste por trabajar la tierra, para ver si estaba en condiciones de mantener a su hija y futuros nietos en buenas condiciones (no se enojen los suegros por esta comparación con el Karai Octubre, pero más de uno ha corrido al yerno con el látigo por haragán).

La segunda es de origen colonial. Llegado el europeo a América,  los guarani se encontraron con que de golpe ya no eran dueños de las tierras, pues no tenían “cédulas ni documentos” que probaran su propiedad, y se vieron obligados (por voluntad o coerción) a someterse a los regímenes de encomienda, de mita o de yaconazgo, que eran todas formas veladas de esclavismo. Entonces el látigo del mal cultivo aparece sobre los lomos de los ava, que hasta entonces no habían conocido patrón. A mejor cultivo, menor castigo físico, y al que no lograba producir suficiente, más se exigía al siguiente año pues quedaba “endeudado” con el encomendero.

La tercera de las posibles fuentes tiene que ver con la presencia de los jesuitas. Estos se instalan en una larga franja que hace de tapón a los avances de españoles y portugueses, y les ofrecen una posibilidad de una mejor vida a los guarani, al “pequeño precio” de abandonar sus costumbres milenarias: los vuelven - entre otras cosas - monoteístas, monogámicos y sedentarios. Para alivianar el aculturamiento, copian y adaptan algunas de las prácticas de los ava, como ser el régimen agrícola, aunque ahora además de mantener cada uno su parcela, debe mantener la parcela común, que es decir la de Dios, que es decir la de los padres. Los jesuitas fueron expertos en adaptar las creencias de los guarani para aggiornarlas con las cristianas, y así traducir conceptos inexistentes en esta cultura como Dios y Diablo, Cielo e Infierno, Pecado y Vida Eterna, etcétera; además de que por esa época era muy común explicar la palabra de Dios por medio de una fábula, por lo que la historia de este viejo miserable que castiga al que no trabaja lo suficiente no está muy lejos del formato de estos exempla medievales con que los sacerdotes ejemplificaban la palabra divina. No vamos a descubrir nosotros lo efectivo que puede ser inducir los actos del otro por el miedo al pecado y el castigo divino; pero además de ello debemos considerar que para el guarani rebelde no había selva y vida en paz, sino encomienda de un lado y esclavismo del otro: el látigo del Karai Octubre español o el del Karai Octubre portugués.

Hoy esta costumbre es parte indivisible de la cultura de la región: es casi una fiesta comer jopara cuando hay abundancia, y casi un imposible cuando el bolsillo escasea. Por eso Karai Octubre anda a sus anchas: sabe que aunque los primeros días de su mes pueda abundar la comida, en seguida la miseria acechará sobre todos. Este hijo mestizo, uno más en nuestra tierra, anda acechando. Así que a preparar la comilona, y recibirlo como más odia.

3 comentarios:

  1. Linda y bien escrita Leyenda, solamente se me ocurre sugerir respetuosamente que se agregue la traducción al Castellano el significado de las palabras escritas en Guaraní.

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    1. Muchas gracias por tu lectura y sugerencia, por supuesto que la tendré en cuenta. Saludos

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