martes, 9 de agosto de 2016

10- Velmiro Ayala Gauna

Bienvenido Velmiro Ayala Gauna es el escritor correntino que menos necesidad de presentación tiene; sus cuentos continúan reeditándose y leyéndose en diferentes escuelas y universidades del país, como fiel ejemplo de un momento particular de la literatura nacional, cuando el auge del regionalismo y el costumbrismo dieron sus notas más altas a lo largo y ancho de todo el territorio, o cuando dio en fundar una suerte de "policial rural". Y allí termina la lectura que muchas veces se hace de este polifacético autor.




Yo propongo hoy un recorrido un poco diferente; no solamente el del famosísimo detective de Capibara Cué, Don Frutos Gómez, sino también el Ayala Gauna ensayista, poeta, novelista, guionista y docente. El que no calló injusticias y el que supo promover a escritores jóvenes en su revista La Diligencia. Un Ayala Gauna que, parafraseando a Borges, aunque es otro, es el mismo.

Un 22 de marzo de 1905 Velmiro nacía en la ciudad de Corrientes, ciudad que abandonaría a los 19 años para ejercer la docencia en Santa Fe, provincia en la que residirá hasta su muerte. Situación que es muy común entre los escritores correntinos, pero que no significa por ello un abandono de las vivencias de la infancia y primera juventud sino muchas veces lo contrario: los paisajes y personajes de su provincia natal quedan sellados en el recuerdo del autor. Claramente don Velmiro no es la excepción sino más bien uno de los creadores de tipos y, de ellos, el más potente de todo es el de Don Frutos Gómez, el comisario rural de sus cuentos. Pero antes de llegar al policial Ayala Gauna explora otros géneros y profesiones. Una de ellas es la escritura de la música (de la letra en realidad) para el film Viejo Barrio, estrenado en febrero de 1937, en lo que será su primer encuentro con el cine.

 

Junto a su labor docente en colegios, institutos y universidades desarrolla una intensa participación radial de la que nacerán sus dos únicas obras ensayísticas publicadas en vida: La selva y su hombre (1944) y Litoral (1950); esta última fue premiada por la Comisión Nacional de Cultura. Hay una clara evolución en su pluma en esos seis años: Ayala Gauna empieza a manejar el género ensayístico y no se limita solamente a recopilar información sobre el hombre del nordeste, sino que arriesga hipótesis como en el artículo sobre "El mate":

"En esta civilización del mate podemos distinguir dos etapas; la del mate amargo y la del mate dulce. Los hombres del mate amargo fueron sencillos y sobrios, audaces, amantes de la tierra y humildes en sus hábitos. (...) La instrucción, la ambición, las condiciones sociales o telúricas pudieron dar un matiz diferente a sus virtudes o defectos pero en el fondo tenían idénticos sentimientos.(...)
Cuando al áspero y másculo brebaje se le quitó el amargor con el azúcar o se le dio otro perfume con la menta, el toronjil o la cáscara de naranja cambió la psicología de su pueblo. La mujer de espectadora pasó a ser el centro de los corrillos. Ella le dio un lenguaje particular y un nuevo contenido. Los hombres del mate dulce fueron más refinados pero menos sinceros, fueron más complicados pero menos virtuosos. (...)
Primitivos, rudos y valientes los hombres de la primera etapa fueron soldados, conspiradores o aventureros; los de la segunda se conformaron con ser políticos, comerciantes o artistas"

Al tiempo que desarrolla estas actividades, madura en Ayala Gauna el cuentista. En algunos de sus textos - aún en su único libro de carácter histórico Rivadavia y su tiempo (1952) - la veta narrativa y plástica que tanto caracterizará a su pluma empieza a presentarse, pero será con Cuentos correntinos de ese mismo año y en Otros cuentos correntinos (1953) que tendremos al Ayala Gauna que se recuerda, al eximio cuentista y constructor de ambientes rurales. Con todo hay algo que sobresale aún más y que será constante en su obra: la defensa innegociable de la clases populares. Ayala Gauna denunció el abuso ejercido sobre ellos y defendió a los trabajadores del campo y el monte desde sus cuentos y sus ensayos; pero también - algo que es muy poco conocido - combatió la imagen del "hombre lobo del hombre" en su poesía y su obra de teatro. En el comienzo mismo de Otros cuentos correntinos dice:

Y solito nomás me voy a defender de aquellos comprovincianos que me han reprochado que en mis libros me olvidé un poco de las bellezas de la tierra, que no insista sobre las glorias de nuestros héroes y no vuelque alabanzas para ensalzar las virtudes de la raza...
Tienen razón. Es cierto. Pero junto a la grandiosidad del río con sus aguas rumorosas, a la par de la roca brillante como el lomo de un cetáceo, sobre la arena dorada florecida de policromos filigrana de espuma, yo he visto al pobre cunumí descalzo, con un pantalón hecho jirones sujeto por un piolín lleno de nudos, agotado por la anquilostomiasis, acechado por la tuberculosis, sumido en la ignorancia y... eso me duele. (...)
He viajado en los barcos que suben y bajan las arterias fluviales y,  mientras arriba se goza, se conversa y se ríe, abajo en la tercera se amontonan los pobres correntinos que van a servir de soldados en el Escuadrón de Seguridad, de changadores en los puertos, de sirvientas, cocineras o lavanderas en las grandes ciudades o de pobre carne vendida en los burdeles y...eso me duele.

 


Y por ello a la propuesta estética acompaña una ética: visibilizar y denunciar, romper con el silencio al que las clases superiores empujan a los peones y al que las clases subalternas están condenadas por su falta de instrucción. En los cuentos de esta primer saga (Cuentos correntinos y Otros cuentos correntinos) los personajes no se describen sino que aparecen definidos en acción: la abuela que cría y crea a sus nietos machos, los maestros y maestras rurales que ponen la vocación y la entrega por encima de sus intereses personales, los mariscadores que creen dominar el río pero que siempre hallan en él un desafío y quizás la muerte... también la figura de su padre - a quien está dedicado el primer tomo y de quien cuenta su entereza humana en "Don Ramón, mi padre" cuando, al ser el lector de las cartas que el hijo embarcadizo de doña Candelaria enviaba y enterarse que este ha muerto, decide continuar escribiéndolas él para no destrozar el corazón de la madre. También en estos libros es que empieza a perfilarse la figura de Don Frutos Gómez, el comisario, con la que hará tanto éxito.

  


Pero a Ayala Gauna aún no le interesa tanto internarse en un ruralismo vacío de sentido sino más bien penetrar en la esencia del mensú, del hachero, del peón y desnudar - de una manera cruda y muchas veces incómoda - el daño que la falta de ciertos capitales culturales - sobre todo, el saber leer y escribir - generan sobre estos paisanos. En esa línea continúa su novela Leandro Montes (1953), única obra de este género publicada en vida.

Posteriormente vendrá el período de mayor producción y difusión de su obra, su edad dorada: en 1955 publica Cartas de correntinos que pretende "respetar" el habla y la escritura de las clases subalternas de Corrientes, y Los casos de don Frutos Gómez, donde su comisario de Capibara Cué alcanza reconocida fama. Paranaseros (1957) y Don frutos Gómez, el comisario (1960) completan la producción de este período, que está atravesada al medio por la película que el director italiano Catrano Catrani dirigiera con su mentado comisario por personaje principal: Alto Paraná, estrenada el 18 de septiembre de 1958 y por el film Don Frutos Gómez, dirigido por Rubén Cavalotti y estrenado el 4 de mayo de 1961. Alto Paraná es una película más bien "chata" y muy aferrada a los cuentos de Ayala Gauna, pero que encierra un conjunto de inestimables virtudes: la dirección musical de Herminio Giménez, la melodía de "Kilómetro 11" sonando en pantalla nacional y la emergente voz de una joven Ramona Galarza.

  

Sus otros libros y ensayos, Por el Alto Paraná (1965) y Perurimá (publicado póstumamente en 1975) continúa y retoma las mismas vertientes que tanto trabajara en los libros anteriores. Junto con ello su profunda convicción en constuir un espacio propio para los escritores nóveles del Litoral a partir de su revista La Diligencia terminarán de perfilar la imborrable impronta de este correntino.

Hay, sin embargo, una zona de la obra de Ayala Gauna que ha quedado en la sombra, y que es llamativo en tanto muestra y desnuda la densidad de su pluma: me refiero a su obra de teatro editada, y también a su poesía inédita. El teatro de Velmiro Ayala Gauna se resume a dos volúmenes: Teatro de lo esencial (1955), que lleva dentro dos piezas teatrales, "La pulsera" y "Muerte con palabras", y ¿De qué color es la piel de Dios? (1964), que también contiene dos piezas, la de nombre homónimo al volumen y "Cuando madura la noche".

  

"La pulsera" es una historia de infidelidad en la que no son tanto las palabras sino la disposición de la iluminación y ciertas alusiones invisibles toman un primer lugar; no es lo que se cuenta sino lo que se muestra lo que va revelando al marido - y al espectador - los hechos. En "Muerte con palabras" en cambio, vemos un escenario con pocos elementos que cuenta sin embargo una historia atroz: la muerte del personaje después de una severa "interrogación" policial. La idea subyacente de la tortura y el abuso de autoridad en esta obra de 1955 revela el carácter plenamente político de la obra de Ayala Gauna.
Nueve años más tarde, en "¿De qué color es la piel de Dios?, el autor hace una intensa crítica al racismo imperante en los Estados Unidos. El relato de Arturo, un joven de piel negra, al Padre Luis cuando va a llevar flores al cementerio a sus padres y se entera que han arrojado los huesos de estos al osario para agrandar el panteón de un blanco hablan por sí solos:

- No es crueldad padre, sino simplemente mentalidad de un blanco. Para los blancos nosotros no podemos tener ni siquiera el lujo de los sentimientos... ¿Acaso van los perros a llorar sobre las tumbas de sus padres? y nosotros somos eso, ¡perros!  perros y muchas veces menos aún que ellos.
- Ya te olvidas del tema nuevamente.
- ¡Ojalá algún día pudiera olvidarme fácilmente de mi color de piel! pues fui al osario y busqué... allí había miles de huesos; grandes, medianos, chicos, algunos frescos, con pedacitos de carne pegados aún, y otros viejos y casi hecho polvos. Y, ¿sabe una cosa, Padre? Todos los huesos eran blancos. ¡y allí había de negros y de blancos, de rojos y de amarillos, de todos los colores en su  existencia terrenal pero que ahora, después de muertos, ¡eran blancos! sólo después de muertos, Padre, los negros igualamos a los blancos.

El año que viene, un 29 de mayo, harán 50 años que no tenemos a Ayala Gauna, un escritor que supo pintar como pocos su tierra y denunciar por medio de su escritura la exlotación a la que fue sometida el hombre del Litoral y del mundo entero. Un escritor al que muchas veces reducimos a un simple parodista del género policial, pero que excede este registro por todos lados. Un cuentista, un dramaturgo que también fue poeta, un poeta que se llevó al silencio de la muerte versos tan directos y sentidos como los que cierran esta nota:

El hachero

Los capitalistas de Wall Street o
los accionistas de la City, en Londres,
no sabían su nombre,
ni siquiera conocían su existencia.
Para ellos “that company in South America”
era sólo un papel
que destilaba oro en dólares o libras esterlinas.
Sin embargo, aquí estaba la tierra,
leguas y leguas de tierra,
y de árboles,
y entre ellos había hombres, mujeres y niños
trabajando desde el alba hasta el crepúsculo
en una larga agonía de miserias,
para alimentar con sangre los gruesos dividendos
de lejanos magnates que no sabían
ni el nombre criollo de sus obreros.
Ni el nombre criollo de Liberato Sosa,
el hijo de Dominga Sosa y un hombre,
uno de los hombres que hicieron noche en el rancho
cuando ardían en las sombras las luciérnagas
y olía a humus la tierra humedecida.

Se escupía las manos y el hacha iba y venía,
cortaba el aire y abría heridas
en la carne vegetal;
iba y venía
como un péndulo que fuga y que regresa,
como un palpitante corazón: toc… toc…
como un pájaro carpintero horadando los troncos;
iba y venía
desde que cantaban los gallos
sacudiendo la noche de sus alas,
hasta que la primera estrella
le hacía guiños, como una mujer,
desde la ventana del cielo.

Un día,sus ojos cegados por el sudor no vieron
un tronco que caía
y lo sacaron con las costillas molidas
y el corazón reventado como un tomate podrido
pero con las manos aún cerradas
sobre el mango del hacha.

Liberato quedó en un rincón del monte para
que su carne nutriera las raíces
de otros árboles que arrojarían dividendos
para esos gordos señores que no sabían
el nombre de los hombres
de “that company in South America”.
Y en manos de otro criollo
iba y venía el hacha
desde el alba al crepúsculo…

4 comentarios:

  1. No sabía el nombre de éste escritor, pero al leer su biografia me siento muy identificada y quiero tener ya todos sus libros para leer !!

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    1. yo recien encontre en este link 2 libros para descargar gratis . https://docer.com.ar/doc/ss1801e

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  2. Muchas gracias por este blog! Cuanto nos falta conocer a los correntinos! Sabes donde puedo conseguir los libros de estos autores? Gracias

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  3. Leí los cuentos de Velmiro Ayala Gauna en la escuela primaria, en séptimo grado, aquí en Buenos Aires. Un libro en particular: "Por el Alto Paraná". Me resulta difícil explicar en pocas palabras lo mucho que me impactó, y lo que significa para mí el recuerdo de esos cuentos maravillosamente escritos, de temática dura, cruda, a veces difícil de soportar. Pero una obra de arte en definitiva, y un cuadro al óleo del litoral, su geografía y su alma. ¿Alguien sabe dónde puedo conseguir los libros de Velmiro? Me encantaría leer Leandro Montes.

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