martes, 9 de febrero de 2016

El nacimiento de un lector

¿Por qué autor voy empezar a escribir sobre literatura correntina la semana que viene? habiendo tantos criterios posibles (temático, cronológico, alfabético, etc.) decidí apelar a uno absolutamente personal. Martín Alvarenga es el escritor por el que me empecé a interesar en la literatura de Corrientes.

Si bien siempre fui un ávido devorador de cuanto libro cayera en mis manos, durante mis años de formación escolar jamás leí a un escritor correntino, simplemente porque no sabía que existiera alguno. Los docentes que tuve nos mostraron las producciones de los griegos, el Cid y el Quijote, los románticos españoles e ingleses, la novela realista y naturalista, el realismo mágico latinoamericano... todo lo que los programas escolares mandan enseñar como currículum obligatorio o cuerpo de conocimientos básicos. En este cuerpo de conocimientos no se tienen en cuenta a los autores propios de cada región. Para mí la literatura era algo que pasaba en Buenos Aires. Eran los muchachos de Boedo y Florida, el grupo de la revista Sur, los escritores suicidas.

No recuerdo qué mente iluminada me habló de Velmiro Ayala Gauna, "el" escritor correntino según me dijo. Tras leer un par de sus libros creí que la literatura de Corrientes estaba condenada a ser un relato costumbrista, de gauchos y chinas, de tipos que hablan medio en castellano y medio en guaraní, que dicen "haiga" y que hacen alarde de su incultura. Un relato hecho por la gente formada sobre el devenir cuasi animal de la masa inculta. Si eso era la literatura correntina, yo no quería formar parte de ella.

Por aquel entonces yo revolvía los ejemplares de la librería de usados que quedaba a la vuelta de mi casa, por Jujuy. Decir "librería" es una exageración: un garaje atendido - cuando no se quedaba dormido o viajaba (o "viajaba") - por un flaco que le ponía un precio a los libros pero siempre te cobraba menos, y que aconsejaba bastante bien. Entre los muchos ejemplares desparramados en un tablón largo me topé con un tomito: Imaginero cosmológico, de un tal Martín Alvarenga. Lo abrí con desgano buscando los gauchos y el cuchillo y me encontré con un universo cosmogónico absolutamente único, alejado de todos mis prejuicios:

La fuerza del cero



El punto es la huella digital del infinito
la redondez perfecta de la eternidad
el cero es el límite
a partir del cual el silencio
comienza a hablar con los gestos del mimo
y con los ojos burlones de la locura

El cero no resta
el cero acumula
perdiendo todo lo que lleva encima

Su ventaja es la desnudez
la desnudez pura del deseo colmado
del deseo que renuncia
luego de hartarse de beber la vida
con la sed del hombre carenciado

El cero es haberlo perdido todo
y estar frente al horizonte
esperando la salida de un fuego redondo
ese sol que todo lo dice
sin pronunciar palabra

El cero gira sobre sí mismo
y crea el universo

Obviamente agoté una y otra vez las páginas de este poemario; por lo profundo, lo complejo, lo oscuro y lo revelador, pero sobre todo porque para mí fue una demostración de que existía toda una literatura esperándome que yo desconocía, de la que no me habló la escuela y que buscaba su lugar en el universo cultural argentino. Y hasta aquí la anécdota iniciática y el motivo por el que Martín Alvarenga abrirá mi serie en este blog. Le debo el haber encontrado una forma de ser correntino más allá del chamamé y los esteros, integrando dialécticamente tradición y vanguardia. Y ustedes le deben a él que yo hoy esté escribiendo este blog.

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